Martín Glasa

Lo cierto es que todo el mundo habla de Glasa, en la universidad, en la calle, en la televisión. O escribe sobre él. O dice que lo conoce. Personalmente he sido testigo de numerosas anécdotas que evidencian la fama que Glasa gozaba en España o en países como Argentina o México. Su alta y gorda figura. Su elegancia. Su rostro de famoso. En ocasiones era consciente de que algunos de los que se acercaban a él no sabrían quién era realmente y ni siquiera habrían leído uno de sus libros ni serían capaces de citar un solo título suyo. Pero, según Glasa, esto era parte de esa fama informe, alocada, moderna, que él había alcanzado. Igual que a Camus, los paparazzis lo perseguían para retratarlo y, de la misma manera que Sartre supuraba envidia por todos los poros de su piel, aquí en España surgieron envidiosos que lo tildaron de folclórica, de showman, de inconsistente. Hecho que demostraba con más contundencia el renombre y la gloria que había alcanzado nuestro filósofo.